Me dice mi abuela, que haga un ejercicio mental, de todo lo que se ha quedado atrás, en estos años de globalizadas crisis, de caos en los valores y de vértigo. Yo le he dicho que bueno, que haré un esfuerzo en agilidad mental y que voy a hacer una lista.
Me centro en mis productos favoritos, simplemente ya no existen, y eran entre cosméticos y balsámos curativos, que me proporcionaban bienestar y poseían sustancias que han sido sustituídas por productos basura, sucedáneos volátiles y aguados, que se descomponen con facilidad.
Alimentos y bebidas. Han desaparecido unos y otros ya no los traen los proveedores. Se los ha quedado el primer mundo, porque ya nosotros hemos pasado al segundo. Los envases han sido reducidos unos y rediseñados otros, con truco, para escatimar su capacidad.
Personas. Estamos descafeinados, ya no nos dura más de un segundo la ilusión, no confiamos, pues en cualquier lado y con cualquiera, te puedes tropezar con un hambriento de hambre y sed de justicia, de dinero y de poder, pudiendo ser despojado, por ellos, y con la habilidad que les caracteriza, de cualquier cosa.
Parejas. A casi nadie, ya no le apetece cargar con «alguien», hay desencanto, y si algo hemos aprendido es a oler como los lobos, el miedo y las debilidades del prójimo. No me gustan los nuevos instintos que hemos desarrollado en sustitución de las emociones, como el enamoramiento por el cálculo, y la pasión por ponerle freno a las tímidas hormonas que nos van quedando, y que no se han evaporado todavía con el estrés. Antiguamente existía todo esto, pero según me han contado, quedaban más héroes y mucho más vehementes y venerantes que ahora.
Hurra por los adelantos tecnólogicos, pero rechazo la esclavitud de la planilla informática, donde tus datos se guardan en múltiples archivos secretos. ¡Oh, porca miseria!