EL MISTERIO por CARLOS GAVILÁN

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No por tener conocimiento e inteligencia podemos comprender más el Misterio de la Eucaristía; tampoco está en posesión de sabios y teólogos; y ocurre con frecuencia, que precisamente aquellos que creen saber no saben. Solo si eres lo bastante humilde, pobre, haces oración, y tienes paz interior, para ti que eres así; como los niños pobres a los que se les apareció la Virgen de Fátima, el Misterio se transforma en aceptación, misericordia y compasión… Nuestro amigo es mayor, y está permanentemente preocupado día tras día, porque sabe que su vida se apaga, padece una enfermedad extraña y debilitante. A partir de ese momento se muestra ansioso ante sus amigos y familiares, y lo contamina todo con su pesimismo y temor a la muerte si le digo que necesita acercarse y escuchar a Dios, que debe dar forma a la intriga, a esa adictiva ambigüedad de incertidumbre que ha ido adquiriendo a través de los años, y que intente encontrar ese lugar de soledad y reflexión sobre el Pan eucarístico. “Hazlo con serenidad, tranquilo” -le digo, – “encuentra ese espacio singular dispuesto para las reflexiones acerca del mundo, y de la experiencia de vivir en él. Recuerda a aquellas personas que en su vida han dejado una historia hermosa y necesaria, y también, en los que tuvieron la inmensa suerte de recibir una parte importante de su inteligencia y de su afecto”.
Sé de un paciente ejemplar, que sufrió mucho pero jamás mostró ninguna queja. Cuando su especialista le comunicó que había llegado el momento de enfrentarse a la muerte, libre de apegos y ataduras, como un valiente decidió dejarse marchar. Al hablar con su familia sobre cómo había sido su vida, me di cuenta de que también había dejado una historia hermosa y necesaria, nunca le olvidaré. He llegado a comprender gracias a esta persona, lo que significa una vida que merece la pena ser vivida.
No te olvides que nunca estamos lo bastante solos, y que en los momentos de aparente soledad y silencio, ahí está Dios más presente que nunca. Mantén tu dirección en pos del Señor; no prestes atención al ruido, sumérgete y nada en medio de las profundidades del océano, deja atrás esa espiral ruidosa producida por grupos de grandes peces que se agolpan los unos sobre los otros, que pretenden subir a la superficie sin conseguirlo, mientras tú nadas en paz y en silencio, y te diriges a esa gran roca que es nuestro Señor, sin temor, porque sabes que Él te espera con los brazos abiertos y una sonrisa en sus labios. Libera las manos para que el Señor las alcance y te eleve por encima de los mares, las costas, los pueblos, las cordilleras y las montañas, hasta tocar las nubes donde brilla el sol, y ves a Dios.

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