JINETES, por María Elena Moreno

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No importa que no sepa montar a caballo, en mi imaginación lo hago todos los días cuando parto al galope, para ir de la cama hacia el cuarto de baño. Apenas salen los rayos del sol, salgo corriendo, aún agarrada de las esquinas cuando me duelen los pinzamientos. Siempre galopé a lomos de mi personal e íntimo «Unicornio azul» que volaba como marvilloso pegaso cruzando las nubes hacia el camino de mis sueños.

Mas, existe una realidad que rechazo en mi imaginación y es entender que existen corceles que representan las fuerzas y energías, en un mundo aparentemente sin control. Desde sus apariciones en la Biblia hasta nuestros días, los jinetes apocalípticos, siguen revelando lo mismo de forma cíclica. Ahí están los conflictos de la fatídica ira, el hambre y la muerte.

Si la tierra es el reflejo del cielo como paraíso aún no encontrado, el caballo blanco se me antoja a mí que lleva a su grupa como general de las Huestes Divinas al arcángel llamado Miguel, tan cerca en nuestras oraciones y plegarias, dirigidas a lo alto pidiéndole ayuda y protección. Orar por orar, no siempre exigiendo cosas, es la única actividad que se parece a dar un salto hacia lo más elevado, dándole la mano a Jesús y lo más parecido a vivir la vida de manera ascendente llenos de Esperanza.

Pero como todo género novelesco, con sus mil interpretaciones en las manifestaciones del arte y la espiritualidad, toda realidad se nos escapa de las manos. Siendo solamente símbolos que viven en nuestra alma, para darles salida, como si quisiéramos ir a galope tendido en busca de nuestra última finalidad.

Para mí, dominar el caballo de la vida supone un reto diario, casi tan duro como dominarme a mi misma. He ahí como sin ser jinete, participo en mi propia carrera de obstáculos, esos que todos tenemos que saltar todos los días para darnos el premio de dormir plácidamente y volver a soñar en medio de nuestras sábanas blancas.

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